
Como está recordando el Ayuntamiento con una amplia programación, hace 2.100 años era fundada Pompelo, la Iruñea romana que fue escenario hace un siglo de un particular sueño del escritor Lovecraft, el maestro de la literatura de terror.
Lo experimentó la noche de Todos Los Santos del año 1927 y ese sueño lo recogió en una carta que, en el verano de 1940, fue publicada de manera póstuma en la revista ‘Scienti-Snaps’ con el título ‘La antigua raza’.
Esa particular pesadilla la sufrió después de haber leído libros sobre la Antigua Roma y «la fiesta de Difuntos con sus ceremonias brujeriles», y aunque no era la primera vez que soñaba que era un tribuno militar a las órdenes de Julio César en las Galias, «este sueño me ha impresionado mucho».
Se desarrollaba «en la ciudad provinciana de Pompelo, a los pies de los Pirineos», y al final de la República, «ya que la provincia aún no estaba gobernada por un procónsul senatorial». Incluso la describe señalando que es «pequeña» y que se ven «las piedras recién colocadas de los edificios enormes del foro y las paredes de madera del circo».
A ese lugar llega procedente de Calagurris con el objetivo de acabar con una antigua raza que puebla las colinas que rodean la ciudad y que al comenzar noviembre realizan rituales malignos y secuestran a algunos habitantes del lugar, que desaparecen para siempre.
Vascones «de negras barbas»
Sobre la población de Pompelo, Lovecraft señala que en su sueño ve «colonos de Roma y nativos romanizados de negros cabellos, junto con gentes mestizas por las uniones entre ellos, vestidos con suaves túnicas, y legionarios armados y hombres de negras barbas llegados de las cercanas tribus de los vascones».
La antigua raza es diferente, ya que tiene «un cortante lenguaje que los vascones no podían entender» y los mensajeros que llegaban a enviar tenían los ojos «pequeños y amarillentos».
Para acabar con la amenaza que representa, el tribuno del sueño que es Lovecraft decide lanzar un ataque, aunque piense que eso podría provocar una rebelión por parte de unos vascones temerosos de la respuesta de esos misteriosos seres.
Sin embargo, el romano insiste en su idea, ya que «los salvajes vascones eran como poco turbulentos e inciertos, de tal forma que un encuentro armado con ellos era inevitable más pronto o más tarde, fuesen cuales fuesen los cuidados que dispusiéramos». Pero añade que «en el pasado no habían demostrado ser serios adversarios para las legiones romanas».
Aboga por atacar porque considera que «podría ser peligroso que los mandos de la Roma imperial no tomasen medidas para proteger a sus ciudadanos» y que «el éxito de la administración de una provincia dependía en primer lugar de la seguridad de los elementos civilizados en cuyas manos descansaban los resortes del comercio y la prosperidad, y por cuyas venas circulaba la sangre del pueblo romano».
Tras convencer a las autoridades, se pone al mando de una cohorte, que se adentra de noche por tupidos bosques en medio de un «horrible batir de tambores» de sus enemigos. Hasta que, en un momento dado, el terror se adueña de los legionarios, que se dispersan «gritando en la oscuridad».
En ese momento, Lovercraft despertó e impresionado, decidió comprobar qué podía haber ocurrido. Entonces descubrió que «no existe ninguna crónica del destino de aquella cohorte, pero la ciudad, al menos, fue salvada. Las enciclopedias hablan de la existencia de Pompelo en nuestros días, cuyo nombre contemporáneo es Pompelona».
El poblado vascón convertido en ciudad romana
El maestro de la literatura de terror no escribió bien el nombre castellano de la ciudad actual, pero ¿hasta qué punto la Pompelo que aparecía en su sueño se ajustaba a la histórica? La ciudad romana se fundó en el emplazamiento de un asentamiento vascón de cierta relevancia por su denominación, Iruñea, y que constaba de dos espacios, uno situado en el lugar que ahora ocupa la zona del Archivo General de Nafarroa y otro en el espacio del complejo de la catedral, que sería el que se romanizó más intensamente.
Su creación se produjo durante la presencia de Pompeyo en suelo vascón para combatir a Sertorio, dentro de una guerra civil romana en la que tuvo lugar la destrucción del poblado de Irulegi.
El general romano pasó el invierno del 75 al 74 antes de Cristo con los vascones y entonces habría fundado la ciudad, dándole su nombre en una «representación de su triunfo» sobre Sertorio y con el objetivo de «acrecentar su clientela en la región», según señala el historiador Luis Amela Valverde.
La relación entre Pompeyo y Pompelo proviene de una cita del geógrafo Estrabón, quien la califica de «la ciudad más importante de los vascones» y añade que el nombre vendría a significar Pompeiopolis, es decir, la ciudad de Pompeyo.
El líder militar se habría decantado por ese lugar por su ubicación estratégica en un altozano situado entre los pasos pirenaicos y el valle del Ebro, y donde podía recibir fácilmente provisiones y refuerzos desde el norte de la cordillera.
Ese fue el germen de una nueva urbe romana, aunque, «étnicamente, la ciudad seguirá siendo una población vascona», según señala el historiador José María Jimeno Jurío en su libro ‘Historia de Pamplona y de sus lenguas’.
Sus habitantes no disfrutaban de la ciudadanía romana y tenían que pagar un tributo. Esa condición de ciudad estipendiaria sería consecuencia de sus vínculos con el gran rival de Julio César y que terminó siendo derrotado por este en la guerra civil en la que se enfrentaron por el dominio de la República romana.
A pesar de su conexión con el vencido Pompeyo, la ciudad fue prosperando y tiempo después se empezaron a levantar edificios notables, alguno decorado con elegantes pavimentos. En esos inmuebles se alternaría la tradición indígena con el estilo romano y fueron decorados al gusto de Italia.
La urbanización de la ciudad siguió las concepciones romanas, con el kardo maximus (calle de norte a sur) en dirección a Dormitalería y que se cruzaría con el decumanus perpendicular, la actual calle Curia. En lo alto del cerro estarían el foro y el macellum o mercado público. Este último fue edificado siguiendo el modelo romano, con patio porticado rectangular flanqueado por columnas, y las tabernas, tiendas donde los hortelanos y otros venderían productos de la tierra e importados.
La población fue aumentando y empezó a importar vasijas de cerámica desde la Toscana, pero sobre todo desde la cercana Galia, que estaba más industrializada.
En un primer momento, vivió una época de transición en la que circularon monedas de caracteres ibéricos acuñadas en las cecas vasconas, como la de Bascunes, y las piezas romanas.
Época de esplendor
Durante el cuarto final del siglo I comenzó «la fase más esplendorosa» de Pompelo, según señala Jimeno Jurío a partir de las excavaciones realizadas durante décadas por María Ángeles Mezquíriz y su equipo. Se renovaron las losas y calzadas de las calles, y se levantaron nuevas mansiones señoriales y edificios públicos. Se implantó el refinamiento y se instalaron dependencias termales en los sótanos.
Muestra de ese esplendor son los mosaicos del siglo II localizados en la actual Nabarreria. Fueron encontrados a mediados del siglo XIX y representan un recinto amurallado dibujado con teselas negras y blancas, los mismos colores de otro que representa un hipocampo, y un tercero hecho con piezas polícromas está decorado con la lucha de Teseo y del Minotauro. También se encontraron diferentes restos de estatuas, monedas, cerámica y el llamado togado de Pompelo, que, según la última interpretación, representaría a una niña.
A principios del siglo II, la ciudad era un municipio, ya que se sabe por una inscripción hallada en Arre que contaba con duunviri. Estos se encargaban de la funciones rectoras municipales junto a ediles y cuestores. Eran dos magistrados elegidos anualmente con poderes judiciales y coercitivos, mientras que los ediles se encargaban de la inspección de mercados, calles y caminos, y los cuestores administraban el erario público.
Además, los duunviri tenían unas competencias militares que se extenderían por Iruñerria, donde se conserva el término Zendea, que procede de la palabra centenna y que hace referencia a la subdivisión administrativa de un municipio en la que se podía reclutar un centenar de hombres para la guerra.
Jimeno Jurío considera que el estatus de municipio sería consecuencia del edicto de Vespasiano que concedió el Ius Latii, que eximía a los pueblos indígenas del pago del stipendium, los federaba al Estado y abría a los vecinos la posibilidad de obtener la ciudadanía romana.
Pompelo estaba enclavada en la vía de Tarragona a Oiasso, pero sobre todo formaba parte de la ruta que unía Burdeos y Astorga. A través de esas vías se realizaban los intercambios comerciales, una actividad que tuvo su importancia en la Pompelo romana.
Una muestra de ese pujante comercio fue encontrada durante unas excavaciones arqueológicas en la calle Aldapa, donde fue hallado el anillo-sello del comerciante Lucius Cornelius Celsus, con su nombre grabado en relieve, como se recoge en ‘Historia ilustrada de Euskal Herria’. Serviría para marcar los precintos de cera con los que se sellaban y certificaban sus documentos, así como para precintar los productos con los que comerciaba y que podían exportarse.
Más grande de lo que se pensaba
Sobre las dimensiones de Pompelo, los hallazgos arqueológicos han obligado a introducir cambios en la visión comúnmente aceptada de que no sería más extensa que la Nabarrería medieval. Las obras para realizar el aparcamiento de la plaza del Castillo sacaron a la luz un gran complejo termal, lo que indicaría que la superficie de la ciudad era notablemente más amplia.
Que fuera bastante más grande vendría a confirmar la descripción de la ciudad que aparece recogida en el texto ‘Laude Pampilona epistola’ y que habría sido escrita en el siglo V. En la misma se detalla cómo eran las murallas de la ciudad, que contarían con 67 torres de 16,38 metros de anchura por 21,84 metros de altura, y con unos lienzos entre ellas de 4 metros de ancho por 10 de alto.
A partir de esos datos, el historiador Tomás Urzainqui concluye que el perímetro amurallado de Pompelo, que tendría siete puertas, sería de alrededor de 3.000 metros, por lo que ocuparía una superficie de más de 30 hectáreas, tres veces superior a la establecida tradicionalmente.
De hecho, ya existía una tradición que situaba un templo dedicado a Diana en el lugar donde se encuentra actualmente la iglesia de San Saturnino y cuya presunta presencia es recordada actualmente por un mural situado en un edifico cercano.
En esa ciudad cohabitaban el latín y el euskara hablado por la población originaria del lugar, aunque la lengua foránea era la utilizada de manera oficial. Esa vida en común dejó una huella en el euskara, que cuenta con una serie de palabras que tienen su origen en la lengua del Lacio, como son diru (denarium), tipula (cepullam), ahate (anatem), gaztelu (castellu), gerezi (cereseam), lore (florem), zartagin (sartaginam), marrubi (marrubium) o kaiku (caucus).
Dos ataques de los bárbaros
Pompelo fue atacada en dos ocasiones durante las invasiones bárbaras. La primera tuvo lugar en el año 276 y la arrasó, ya que una gruesa capa de tierra quemada cubrió los empedrados de las calles. Ese ataque hizo que quedara desierta durante unos años.
Tras esa destrucción se levantó de nuevo la ciudad, aunque hasta variando el trazado de las calles. Para construir las viviendas se aprovecharon materiales de los inmuebles arrasados.
Con el objetivo de protegerla, se levantó una muralla que discurría en uno de sus tramos por la zona que ocupa actualmente el claustro de la catedral. De hecho, en esa zona e integrada en los edificios del complejo catedralicio, se conservaría una puerta de esas murallas.
Cerca de ese lugar se descubrió durante unas excavaciones una plaza pública con dos fuentes que debían de tener un carácter sagrado, ya que en su interior se localizaron miles de monedas lanzadas a modo de ofrenda.
El segundo gran ataque de los bárbaros tuvo lugar en el siglo V y no pudo ser evitado a pesar de que se habían tomado algunas medidas al respecto. Así se recoge en una carta del emperador Flavio Honorio dirigida a Pompelo en el año 408 en la que se alaba la organización de la defensa contra esos invasores por parte de las milicias de la ciudad, que debían tener la misma retribución que las de las Galias.
Esa nueva oleada bárbara supuso el final de la Pompelo romana y el comienzo de una transición que terminaría convirtiendo a la ciudad en la capital del reino que fundaron los vascones en el siglo IX.

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