Sex Pistols 1978: la última celebración del caos
‘Live in the USA 1978’ recoge las grabaciones de los tres conciertos que los Sex Pistols ofrecieron en Estados Unidos y que significaron el último renglón, antes de que en 1996 volvieran a reunirse, escrito por los representantes más identificativos de la deslenguada y provocativa escena punk.

Si pocas bandas han obtenido una onda expansiva tan determinante en la historia de la música popular como los Sex Pistols, esa lista de privilegiados se convierte prácticamente en exclusiva cuando la consecución de dicho logro ha sido alcanzado con la publicación de un único disco, en este caso el icónico ‘Never Mind the Bollocks’. Una explosión de irreverencia que, a modo de imponente fogonazo, su fulgor nació condenado a una escueta biografía. Y si el nacimiento, mal que bien, de esta polémica formación ya ha sido relatado –con la lógica diversidad de puntos de vista– en muchas ocasiones, ahora llega el momento de poner banda sonora a su ruidoso crepúsculo sobre los escenarios.
Crestas contra crucifijos
Las actuaciones ofrecidas por la banda en Atlanta, Dallas y San Francisco durante los días 5, 10 y 14 de junio de 1978 respectivamente, recogidas en este triple álbum, supusieron el epitafio para un grupo que, tras la expulsión de Glen Matlock, había incorporado a su alineación clásica la figura de Sid Vicious, con la que se priorizó de manera absoluta su estética y actitud a sus más que cuestionables virtudes artísticas. Juntos, y revueltos de muy malas maneras, partieron hacia una gira que su condición caótica se presentó ya desde las dificultades burocráticas, derivadas de sus currículums delictivos, encontradas para entrar en el país. Un primer escollo al que se sumarían paulatinamente cancelaciones de algunas citas, enfermedades, adicciones y sobre todo la irascible relación que mantenían sus protagonistas, enemigos entre bastidores pero aliados sobre las tablas cuando de incomodar al pensamiento conservador se trataba.
En esa noble misión subversiva, el itinerario pergeñado por la siempre malévola mente promocional de su mánager Malcolm McLaren les dirigió hacia el epicentro puritano de Norteamérica, el que recibió a aquellos ácratas individuos con fuertes dispositivos policiales y confrontaciones entre crestas y crucifijos, convirtiendo la presencia de los británicos en un campo de batalla no exclusivamente ideológico.
Un bullicioso contexto que inevitablemente permeó en el clima de los recintos donde actuaban, convertidos en el púlpito para esa reconocible y altiva dicción de uno de los principales mesías del punk, Johnny Rotten. De sus cuerdas vocales y de los incendiarios manejos de su guitarrista, Steve Jones, siempre flanqueados por el contumaz golpeo de batería de Paul Cook y un desafiante Sid Vicious, salieron escupidas esas soflamas que se habían arrogado, por mérito propio, la representación de todos los anónimos damnificados por el afán vampírico del capitalismo.
Himnos transgresores
Canciones que durante la reproducción de este trabajo se pueden disfrutar por triplicado sin que eso implique una redundante puesta en escena, consecuencia del ánimo distintivo que define a cada uno de los shows, ademanes personalizados que sitúan al último de los discos, el encargado de recoger lo sucedido en el Winterland Ballroom, de San Francisco, como la manifestación más descarnada y violenta de la banda, reproduciendo así un canto del cisne enunciado por inflamables graznidos.
Las palabras de Rotten, lanzadas como introducción a su actuación en Atlanta, subrayando su presencia allí como una incitación al baile, anteceden a una apertura con el himno oficial de quienes no hincan la rodilla ante majestades, ‘God Save the Queen’, punto de lanza de un repertorio en el que se suceden todos esos clásicos que convirtieron a su primer y único trabajo de estudio en una de las piedras angulares de los sonidos más furiosos. Sin ninguna intención, ni por parte del público ni de los protagonistas, de renunciar a la ferocidad e inmediatez de su interpretación, su desvergonzado arsenal creativo se sustentaba sobre las imponentes ‘Holidays in the Sun’, y su particular retrato geopolítico; el zarpazo a la industria musical que acoge una ‘EMI’ de explícito título, en referencia a su sello discográfico, y esas odas transgresoras llamadas a subvertir dogmas que son ‘Pretty Vacant’ y ‘Anarchy in the U.K.’, dos marchas triunfales de espíritu tumultuoso.
Rodeadas de temas sumamente identificativos, como ‘Bodies’ o ‘No Feelings’, y su certero y absorbente estribillo, también emergen ciertos títulos menos cosidos a la firma de la banda. Registrado originalmente como cara B del single ‘Anarchy in the U.K.’ , ‘I Wanna Be Me’ se presenta bajo una tozuda y rocosa estructura mientras que ‘Belsen Was A Gas’, escrita por Sid Vicious, asume el papel de brocha gorda en el espíritu provocativo de la banda. Pero si hay una canción que sobresale entre esas menciones menos tópicas es sin duda la versión realizada del ‘No Fun’, de The Stooges, sobre todo por su carácter simbólico, ya que queda para la historia como el colofón, interrumpido con su reunión en 1996, de la carrera de la banda, una lápida a la que Johnny Rotten puso su último clavo con una locución de despedida sobre el escenario antes de dejar caer al suelo su micrófono: «¿Alguna vez has tenido la sensación de que te han engañado? Buenas noches».
Sin futuro pero inmortales
Decir que ese abrupto final fue el deceso de todo un movimiento, el punk, sería quizás exagerar, puesto que todavía iba a ser capaz de engendrar una sustancial prole de altivos mensajes, pero sin duda significaba un atinado reflejo del suelo resbaladizo en el que siempre se movió dicha escena. Su carácter nihilista y autodestructivo, más o menos politizado o festivo según los diferentes casos, suponía asumir que su cadáver llegaría a una temprana edad y bajo unas condiciones nada ceremoniales.
A pesar de esa escasez biográfica, su legado, y por extensión y en especial el de los Sex Pistols, ha sido capaz de mutar en futuras generaciones por medio de múltiples identidades, asumiendo a la perfección esa insumisión a los dogmas predicada por sus progenitores creativos. En ese sentido, la banda liderada por Rotten personificó una propuesta que paradójicamente hablaba de la inexistencia del futuro cuando precisamente ha sido gracias a él cuando su nombre ha conquistado la inmortalidad artística. Con este ‘Live in the USA 1978’ (Universal Music) somos invitados a trasladarnos en el calendario y a compartir aquel febril grito de despedida llamado a reencarnarse eternamente en cualquiera que sienta que su libertad no debe ser escrita por manos ajenas.

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