Iñaki Egaña
Historiador

Mayo de flores sin flores

Querido José Luis. Supe que tenías 13 años cuando fuiste evacuado en el Habana hacia la URSS. Los bombardeos sobre Bizkaia eran intensos, la apatía internacional ante la agresión nazi extendida. Los lloros de tu madre eran por partida doble. Tu padre combatía en el frente, bajo la lluvia a la espera de la derrota, mientras tú marchabas a un exilio agrietado por la incertidumbre. Tus hogares fueron Kiev y Moscú. Supongo que seguiste por la radio −ya chapurreabas el ruso con cierta soltura− la invasión de aquellos casi cuatro millones de soldados del Ejército alemán. Crecías. Removiste los despachos hasta que te aceptaron en la escuela de pilotos de Borisoglebsk. Llegaste a sargento de dos divisiones de caza e incluso abatiste a cinco aviones enemigos. En tu Eibar natal se sintieron orgullosos, aunque con retraso, nada menos que medio siglo de espera. Porque, como ya sabes, el nazismo triunfó en la península. No lograste derribar un sexto avión nazi, como los que habían bombardeado Gernika, porque un maldito 2 de mayo, una ráfaga arruinó tu vida. Joder, José Luis. Que solo tenías 19 años. Entonces percibí quién eras: José Luis Larrañaga Muniategi.

Aquel mayo de 1943 fue imposible olvidar. Como tantos otros. Ya cantaba un paisano tuyo, muchos años después, una canción que... iba a escribir «triste», pero prefiero rectificar. Una canción desbordada de rabia: «mayo de flores sin flores, mayo cornudo y castrado. Para qué coño sin vida queremos un mes de mayo». Y es cierto, José Luis. Con esa visión periférica que tenéis aquellos que nos precedisteis, ya habrás observado que ganasteis la guerra al nazismo. Pero décadas más tarde, estamos en 2025, su ideología se expande como la niebla que acogota en el Serantes de la melodía del mayo castrado, como la escarcha del monte Urko que acuna tu Eibar soñada.

Esta primavera ha sido extraña, mayo irreconocible, aunque podía usar otros sinónimos para adornar la frase. Los tilos aún no han florecido con sus hojas olorosas, en las cimas los abedules se muestran desganados y, aunque en la costa el verde nos abruma, apenas han acudido los vencejos, precursores de las golondrinas que remolonean desde África antes de cruzar el estrecho hacia Europa. Ni rastro aún de las bandadas de grullas que se dirigirán a las estepas del norte, aunque he de confesarte que los txantxangorris ya nos marcan su territorio en parques y bosques con su canto. Al parecer, las mariposas de esta época aún siguen hibernando, perezosas más que nunca. Yo al menos no he visto ni siquiera aquella de color azufre, que suele ser la primera en despertar.

Entre estas anomalías, una absurda. Se han celebrado, con la pompa y suntuosidad que se esperaba, el 80 aniversario del fin de aquella guerra que no viste concluir. Tus colegas entraron en Berlín a los tres años exactos de tu muerte, dando por concluida la contienda más mortífera de la historia de la humanidad. En esta ocasión, una parte de los vencedores, aquella que dice representar «los valores de Occidente», organizó su propia fiesta, excluyendo a los que enfrentasteis al nazismo con un coste que jamás podremos agradecer siquiera una micra. Porque en estas décadas, la narrativa ha desfigurado los hechos tal y como fueron. Os han desplazado al basurero de la historia y os han convertido de héroes a parias. Las películas que veías en el teatro Buenos Aires o en Coliseo Albia, durante los primeros meses de la guerra en Bilbao, se ha transformado en negocio. Crearon una macroempresa, Hollywood, que cambió las letras y los rostros de la historia para que sintiéramos otras bombas ajenas a las vuestras. Tu Ejército Rojo ha sido borrado del futuro y, en su lugar nos han instalado apuestos galanes que desembarcaron en Normandía, cuando todo el pescado estaba vendido. Aquel ejército de Hitler que les enfrentó en las costas atlánticas estaba compuesto de ancianos y niños porque su grueso, esos casi cuatro millones de soldados alemanes a los que os enfrentasteis y derrotasteis en los campos rusos, yacían en sembrados embarrados, en Leningrado, en Stalingrado, en Kursk.

En este 80 aniversario del Día de la Victoria, los medios occidentales nos atiborraron con imágenes de las celebraciones en París, Londres, Bruselas... y obviaron, cuando no ridiculizaron, las de Moscú. Apenas nos han contado que en la URSS perdieron la vida más de 30 millones de personas (23 millones civiles) y que China sufrió la muerte de 17 millones de sus ciudadanos (14 millones civiles). Y esos 170.000 civiles de Francia, Gran Bretaña y EEUU que murieron en la contienda, han tenido la visibilidad que necesitaban. Los nuevos Hollywood se las han dado y quitado a la vuestra.

Y ¿sabes por qué, José Luis? Porque aquellos de Normandía se han aliado poco después con otras víctimas del Holocausto para echar de su tierra a los palestinos y crear un Estado fundamentalista-religioso. Un genocidio moderno, complaciente, como ya habían ejecutado otros, antes de esa Segunda Guerra Mundial, en Argelia, en Namibia, en India, en Sudáfrica, en Indonesia... Genocidios como el actual, no solo humano, sino culturales, étnicos, lingüísticos. Una gran hipocresía recorre Europa y su excolonia dominante, EEUU. Describen a las víctimas por el color de su piel, por la ficha de su nacimiento, por su posición económica. Y, José Luis, bien lo sabrás a pesar de tu extremada juventud, que llamarse Imad Saleh Maher Farwaneh, Mohamed Nishat Al Mashoun, Noor Al-Din Sobhi Misgah, Remi Wasim Rabi Bakir, Helana Masad Al Araishi o José Luis Larrañaga para ellos, para los halcones de acero que reescriben la historia, es apellidarse Nadie. Únicamente resuenan los nombres de Ana Frank, el soldado Ryan o Agustín Muñoz Grandes mientras los vuestros son sepultados en cal viva. ¡Qué indecencia, José Luis! Aquí estamos, sin embargo, aquellos que no enterraron, las hijas y los nietos de los que sobrevivieron, dando puntadas con hilo, esperando el regreso de las grullas y golondrinas que, como todos los precedentes, nos socorrerán para que el próximo mayo sea más florido que este.

OSZAR »

Bilatu

OSZAR »