‘Policía global’, viñetas antirrepresivas
Florent Calvez y Fabien Jobard, dibujante y guionista respectivamente de ‘Policía global’ (Garbuix Books, 2025), emprenden un recorrido histórico alrededor de la creación, desarrollo y futuro de unas fuerzas policiales que escenifican la forma de entender el control coercitivo en las sociedades.

El cómic en las últimas décadas, y si es que alguna vez no lo fue, se ha convertido en una disciplina, apoyada bajo la elitista nomenclatura de novela gráfica en la actualidad, capaz de desplegarse a través de una infinidad de temáticas, tantas como las que sacuden la conciencia humana. Figuras dibujadas que toman vida bajo una incontable gama de tonalidades con el propósito de retratar y enunciar cualquier aspecto instalado en nuestra realidad.
Bajo esa premisa trascendente, ‘Policía global’, firmado por el sociólogo Fabien Jobard y Florent Calvez, guionista y dibujante respectivamente, adopta la presencia de lo que se podría denominar como un ensayo ilustrado, porque más allá de su formato, su concepto argumental se esgrime como un análisis histórico no solo de la institución policial, sino de todo aquello que circunda a un término mucho más amplio y sustancial que remite al significado que encubre el llamado mantenimiento del orden social.
Diferentes pero iguales
Apoyado en la acertada decisión de aportar una pigmentación distintiva a las viñetas en función de la época que pretenden acoger, este recorrido, previo paso por un fogonazo actual a modo de introducción a este viaje en el tiempo, se inicia trasladándose hasta ejemplos embrionarios de ese ánimo de custodiar el buen comportamiento, concepto, y su consiguiente cuestionamiento, que se instala como epicentro reflexivo de esta obra. Porque aunque es la industrialización y las grandes urbes, reflejo a su vez de un incremento exponencial de las tasas de marginalidad y pobreza, quienes definen el nacimiento de la policía como entidad, lo cierto es que siempre han existido grupos autogestionados encomendados a una labor similar, como explican los personajes del cuadro de Rembrandt, ‘La ronda de noche’, que toman vida para alumbrar la naturaleza de lo que no eran sino patrullas nocturnas efectuadas para mantener a buen recaudo los intereses de las clases burguesas.
Las fábricas, las barriadas, el paro o los cauces migratorios delinean un nuevo escenario sobre el que los gobiernos deciden actuar, como en Gran Bretaña, donde de la mano de Robert Peel se instaura lo que probablemente fue el primer cuerpo policial. Unos ‘bobbies’, en homenaje al apellido de su mentor, que si bien surgían como oposición a sus homónimos del Estado francés, caracterizados por la tradición bonapartista y pergeñados por Joseph Fouché , uno de esos siniestros arribistas que han decorado la historia, pretendiendo erigirse como ‘ciudadanos uniformados’ al servicio de los intereses populares, dicha propuesta en la práctica se manifestaba bajo la misma mano dura y autoritaria que la de sus correligionarios galos.
Poca policía, mucho control
Sería reduccionista, y esa es una característica que este cómic se empeña en esquivar, exponer una ecuación que demostrara que a menor número de uniformes en la calles más libertad existe. El caso de Japón, por ejemplo, sirve para ilustrar la falibilidad de dicho enunciado, porque la escasa presencia y militarización de sus agentes, convertidos a través de los múltiples ‘koban’ –comisarías de barrio– en organismos de dimensión más accesible y apegada al viandante, es sustituida por una ‘cultura’ ciudadana que convierte a cada individuo en delator y potencial fiscal.
Una experiencia que sirvió de inspiración a los Estados Unidos, que sin embargo intercambió esa cercanía por un clientelismo y una corrupción especialmente latente. Una condición descentralizada que incluso se mantendría tras la modernización –un término que siempre se convertía en sinónimo de aplicar todas las novedades en agudizar el elemento intimidatorio– llevada a cabo por August Vollmer, jefe de policía avalado para dicho puesto por su sanguinario currículum en la guerra de Filipinas. El contexto social cambiaba, pero los grupos ajenos a cualquier administración seguían siendo las puntas de lanza del racismo y la violencia, auspiciada desde la indolencia e incluso con la connivencia por parte de los aparatos gubernamentales.
Esa aparente laxitud estatal a la hora de manejar la institución policial acumuló muchos factores para su expansión a lo largo del mundo, siendo por igual consecuencia del poco entusiasmo por el sector público que gobiernos neoliberales profesaban como la fragilidad de estados todavía bisoños en el arte democrático, consecuencia muchas veces de los procesos de descolonización, que heredaban la insana costumbre del ‘imperio’ a la hora de ceder el control a diferentes representantes populares de cada comunidad, convertidos así en regentes de la moral y voces autorizadas para señalar al posible enemigo.
El fantasma del pasado se posa en el presente
En la constante reformulación que las sociedades vivían en su tránsito hacia nuevas épocas, del mismo modo la sufrían sus estamentos policiales. Una refundación que en muchas ocasiones solo atañía a siglas, uniformes y nomenclaturas varias, porque su esencia seguía manchada de oscuras huellas pretéritas. El régimen de Vichy, títere en el Estado francés del Tercer Reich, tras la caída del régimen nazi y la consiguiente adaptación a la política desplegada por los aliados, fue sin embargo máximo abastecedor de gendarmes a las nuevas instituciones; los mismos que cumplían órdenes sobre supremacía aria mutaron milagrosamente en garantes de libertad. La misma metamorfosis que, tras la caída del muro de Berlín, sufrieron los sectores más recalcitrantes anticomunistas para adentrarse y significarse como salvaguardas de la ley en la Alemania afín al bloque soviético. Modelos que evidenciaban, frente al teórico compromiso de los agentes con el interés común de una población, su configuración como una extensión de designios partidistas.
Al igual que Mark Twain decía que la historia no se repite, pero a menudo rima, muy acertadamente esta obra es capaz de vincular en sus viñetas a Sherlock Holmes con la Inteligencia Artificial o la toma de la Bastilla con las ‘primaveras árabes’. Una pirueta de fuerte simbología a la ahora de representar un recorrido que no es tanto un constante progreso de ideas, sino demasiadas veces un lavado externo de viejas fórmulas. Exposición que demuestra el largo alcance de un libro que no es tanto un intento de dictar sentencia como de deslizar un objeto de reflexión.
La llegada a las páginas finales, con la incorporación por primera vez del color en sus dibujos, es también la entrada en un tiempo presente que, inevitablemente, señala a toda una red de observación donde los algoritmos y una omnisciente ciberseguridad se cuela entre cualquier rendija de nuestra vida diaria. Un proceso que deja en una broma los ejercicios distópicos cuando se nos presentan innovaciones como el ‘crédito social’ en China, una cartilla ciudadana donde se evalúa la aptitud moral de cada individuo, en base a sus diferentes conductas cotidianas, de cara a ser depositario de dinero público.
A modo de inquietante, pero también atrevido y por lo tanto encomiable, epílogo, estas viñetas nos interpelan sobre cuestiones que, sin eludirla, van más allá de la legitimidad de ese monopolio de la violencia asumido por el Estado, ya que incluso en lugares donde este adquiere tintes casi famélicos, la represión, de una manera u otra, logra igualmente establecerse. La verdadera incógnita que retumba en nuestros cerebros tras leer este apasionante trabajo es examinarnos sobre cómo queremos relacionarnos, qué tipo de vínculos buscamos con nuestros iguales y, sobre todo, si aceptar unas dinámicas que nos empujan constantemente a ejercer de policías sin uniforme.

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